Mamadou, Bakary, Abdoulaye: cuando el hambre da más miedo que el mar

Al entrar en una sala del centro de acogida de CEAR en Getafe, no hay nada a simple vista que distinga a Mamadou, a Bakary y a Abdoulaye de cualquier joven en este mundo de tendencias globalizadas. Saludos breves y distantes -quién sabe si por timidez o por la insolencia propia de los que no hace mucho que son veinteañeros-, ropa deportiva, una gorra que hace equilibrios para no caerse, un peinado que podría ser el de la última estrella de fútbol.

Pero en cuanto el traductor de soninké empieza su labor, se hace evidente que estos jóvenes, crecidos en el interior agrícola de Mali, han vivido cosas que por suerte no tienen que vivir la mayoría de los de su edad: repiten que no quieren fotos, ni que aparezcan sus nombres verdaderos, y sobre todo hacen una pausa antes de empezar a hablar de su historia.

Porque Mamadou, Bakary y Abdoulaye (nombres falsos, claro) son tres de esos más 20.000 africanos que a lo largo de este año se subieron a un barco desde África rumbo a Canarias. Aunque nacieron en una de las zonas más pobres de uno de los países más pobres del mundo, los tres se saben afortunados. En primer lugar, porque viajaron por tierra durante un mes, para partir en barco desde Dajla, en el Sahara Occidental ocupado por Marruecos. Así que “solo” tuvieron que afrontar una travesía por mar de 4 días, lejos de las 8 jornadas de quienes parten desde el centro de Mauritania, o las cerca de 10 que se requiere desde Senegal o Gambia. Así tenían menos opciones de perder la vida como le ha sucedido, al menos que se haya registrado, a más de 500 personas en lo va de año en esas rutas.

Aquí su relato se parece como tres gotas de agua. “Nunca había visto el mar”, “viaje muy duro, vomitaba mucho”, “me dolía toda mi cara, “estaba muy muy cansado”. Los tres afirman haber pagado 1.500 dólares por subirse a esa ruleta rusa. Y ante la pregunta “¿sabíais que el viaje era tan peligroso?”, los tres dicen que sí, que saben que muchos mueren, pero a continuación hablan de su pobreza, de la falta de comida, de poder ayudar un día a sus familias… Mamadou habla también de salir de su país para no trabajar como esclavo y de escapar de los ataques de una guerra que dura décadas.

Llegan a Gran Canaria el 8 septiembre donde pasan 6 días en el puerto de Arguineguín y después algo más de un mes en un hotel. Una recepción que agradecen (“cualquier cosa mejor que en el mar”, “ahí solo podía pensar que me había salvado” cuentan sobre sus primeros días en el muelle), pero que no querían prolongar y pidieron con insistencia poder salir. “No he salido de mi país para dormir”, resume Bakary.

Desde principios de noviembre son tres de los cerca de 2.200 trasladados desde las Islas a la península autorizados por el Ministerio del Interior. Ahora respiran en el centro de  CEAR en Getafe dentro del programa de atención humanitaria, pero con prisas para dar los siguientes pasos hacia el futuro que imaginaron cuando salieron de sus pueblos. Los tres esperan obtener un permiso de trabajo y poder enviar dinero a sus familias, pero cambian en los detalles: Mamadou piensa sobre todo en resolver los papeles, Bakary espera trabajar de peluquero, Abdoulaye cuenta que le gustaría seguir siendo sastre… y así nos recuerdan que, aunque casi siempre les veamos como pasajeros uniformes dentro de barcos rebosantes, cada uno de ellos también viaja con sus sueños.

Conoce las seis medidas que propone CEAR para hacer frente a la situación en Canarias.

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