Julia: “En un día tienes que meter toda tu vida y la de tu hija en una pequeña maleta” 

A Julia jamás se le pasó por la cabeza que un día tendría que salir corriendo de su país, sin saber a dónde, para proteger su vida y la de su hija. Pero ese momento llegó el 24 de febrero de 2022, a las 5 de la mañana. La invasión rusa de Ucrania había comenzado y su vida y la de millones de personas cambiarían para siempre. 

  

“Nos despertaron unos chasquidos extraños sobre las 5 de la mañana. Lo primero que hice fue encender la tele y allí dijeron que había empezado la invasión a nuestro país”, cuenta Julia desde Madrid, la ciudad en la que reside desde hace casi un año gracias al apoyo de CEAR. 

Poco antes su vida había empezado a mejorar para ella y su hija, después de una enfermedad que había afectado a su padre y tras separarse de su marido. Pero a partir de ese momento, el miedo marcó su rutina. La guerra fue un punto de inflexión inesperado en su vida. 

El día que cambió todo 

Dejó de ir a trabajar, su hija ya no iba al cole y se quedaban en casa. “Intentábamos no salir a ninguna parte porque era difícil soportarlo, ese sonido de sirena. De vez en cuando se oían explosiones”, recuerda con tristeza.  

“Para mí psicológicamente fue muy difícil porque no sabes qué va a pasar en tu vida en dos horas. Si va a sonar la sirena o no. Si la sirena sonaba a las 2 de la madrugada, ya no dormía más. Entendí que para mi hija eso también era difícil, aunque ella no lo mostraba”. Pero hubo un día que le marcó. Se fueron a dormir y su hija lloraba, sin entender por qué le caían lágrimas.  

Hacia un lugar seguro 

“El 10 de marzo me llamó mi hermana mayor proponiéndome llevar a los niños al extranjero porque había información de que muchos niños y mujeres habían sufrido algún daño… No lo contemplaba y no lo quería, porque significaba que en un día tienes que meter toda tu vida y la vida de tu hija en una pequeña maleta… Nunca pensé que algún día podría abandonar Ucrania de esta forma”.  

Julia dejó Dnipro, su ciudad, y formó un grupo con su hermana, sus sobrinos y unas primas. En total, nueve personas, la mitad menores, sin rumbo, pero con un deseo: sentirse a salvo. “Hasta el último momento no sabíamos dónde íbamos a llevar a los niños. Salimos en un tren de evacuación desde Zaporizhzhya. Llegamos a la estación de ferrocarril a las 6. Y estábamos en la cola esperando al tren, ya que nadie sabía si iba a haber alguno o no”.  

El viaje hasta Leópolis duró 25 horas porque el tren paraba cada vez que sonaba la sirena, rememora. Desde allí los voluntarios las llevaron hasta la frontera con Polonia, que tardaron tres horas en cruzar porque no tenían pasaporte para viajar y su hija, con 7 años, ni siquiera tenía un documento de identidad, solo la partida de nacimiento. 

La vida fuera de Ucrania 

Las decisiones se tomaban sobre la marcha. En la frontera con Polonia se encontraron con unos voluntarios que los llevaron a un lugar donde entrar en calor y les dieron algo de comer a los niños. “Nos han tratado muy bien”, agradece Julia.  

Después las llevaron hasta la estación de autobuses Europa, “una sala enorme con muchas camillas. Era para los ucranianos que habían llegado para esperar mientras se decidía a dónde iban después”. Pasaron un día y medio hasta que se enteraron de que se estaba preparando un avión y que había 60 plazas rumbo a España.  

“Decían que nos iban a proporcionar una ayuda con el trabajo, con los niños y con la asistencia sanitaria. Y nos apuntamos para coger ese avión. Al día siguiente ya estábamos volando a España”. 

España, un lugar seguro 

Cuando llegaron al aeropuerto empezaron a dividir a la gente en grupos, pero ellas se presentaban como una gran familia porque no conocían “a nadie”. Les sentaron en un autobús que iba a Boadilla (Madrid), donde se montó uno de los dispositivos de emergencia para acoger al creciente número de personas que huían de la guerra 

“Lo primero que hicimos fue bañar a los niños, porque durante tres días no se habían bañado porque hacía frío y tampoco había dónde. A la mañana siguiente, poco a poco, empezamos a ser conscientes de lo que había a nuestro alrededor. De vez en cuándo paseábamos por los pasillos, porque no sabíamos dónde ir. Pero se estaba tranquilo y con sensación de seguridad”, explica. 

A partir de ahí empezaron los trámites. Julia y su familia entraron en el programa de atención de CEAR, que las acompañó en la solicitud de la protección temporal, en la acogida y la atención médica. El acompañamiento prosiguió tras pasar a la segunda fase, en la que salieron del hotel en el que se alojaban y convivieron con una familia española durante seis meses, cuando entró en contacto con el proyecto de Unidades Distritales de Colaboración del Ayuntamiento de Madrid, donde ahora trabaja. “Gracias a CEAR Madrid ahora tengo trabajo donde aprendo, amplío mis habilidades profesionales, practico español, obtengo una profesión… En cuatro meses ha obtenido los certificados de pintora y jardinería”, enumera Julia. “Es muy variado y me gusta”. 

El futuro 

Desde hace cuatro meses trabaja en el proyecto, asiste cada día a tres horas de clases online para mejorar su español, en el que ya se desenvuelve bien, y ve cómo su hija se adapta al nuevo contexto. Para ella, es lo más importante.  

“Antes tenía problemas con ella, tenía ataques de histeria, gritaba muy fuerte, lloraba sin razón… Acudimos a un psicólogo con la ayuda de CEAR y trabajamos ese problema. Ella no quería establecer ningún contacto conmigo. Empezó a decir que quería irse a Ucrania cuando se fueron mis sobrinos, los hijos de mi prima. Se quedó sola y eso fue difícil para ella. Quería ir a su casa porque la hemos dejado allí. A nuestros amigos, a nuestro gato…Eso fue un poco traumático para la niña, porque más que una mascota es un miembro de la familia”, lamenta Julia. 

Poco a poco, la situación ha mejorado y ahora vive “de forma independiente” tras organizarse con un compañero de trabajo, refugiado de Afganistán, para alquilar juntos y sortear las dificultades que encontró para tener acceso ella a una vivienda solo con su hija. “La niña va al cole, tiene clases de baile, clases extraescolares de inglés y le encanta. Para mí lo más importante es que mi hija está feliz y disfruta de la vida”.  

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