Safura: “Cada frontera que pasas es como que mueres y vives otra vez”

Safura huyó de los talibanes mucho antes de que recuperasen el poder, porque, asegura, “ellos nunca se fueron”. Pero conseguirlo no estuvo exento de peligros: la falta de vías legales y seguras le forzó a un violento y peligroso periplo de tres meses a través de nueve fronteras y más de 11.000 kilómetros recorridos a pie con sus tres hijos pequeños y su marido desde Afganistán hasta España. 

 

Cuando en agosto de 2021 Safura escuchó en las noticias que los talibanes habían tomado el control de Afganistán, se puso a llorar. Aunque para ella siempre habían estado presentes, en los 20 años que no gobernaron sentía que en las grandes ciudades “se estaba muy bien, las mujeres estudiaban, los hombres trabajaban…”. “Pero en nuestro pueblo siempre hubo… Y siempre estarán”, afirma. 

Safura cuenta que a medida que crecía, sentía en su país la represión por ser mujer, que son tan invisibilizadas que a veces ni siquiera hay constancia oficial de su existencia. “Yo no sé mi fecha de nacimiento. En mi pueblo las mujeres nacen, cuando están creciendo y tienen 12-13 años se casan y se mueren sin que en ningún sitio esté registrado que hay una niña que nació”, describe. “Me sentía encarcelada”. 

Cuando vivía en casa de sus padres, antes de casarse, estaba bien porque su familia era “muy abierta”, no tenía que taparse y podía estar en la calle y ayudar a su madre en el campo. “Pero cuando crecemos un poco más ya tenemos que llevar el velo, estar en casa, aprender a cocinar para que cuando estamos en casa del marido lo tengamos todo preparado para poder vivir”. Y cuando se casó, su vida cambió. “Para hablar con mi madre necesitaba un permiso, para verla a ella y a mis hermanas podían pasar meses…”. 

Pensó en ella, en la vida de sus hijos –en ese momento tenía dos hijas de uno y cinco años y un niño de cuatro- y convenció a su marido del peligro que corrían, también por tener un familiar policía y la posible amenaza de una persecución talibán que eso suponía. Vendieron todo lo que tenían y decidieron salir 

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Violento rumbo a Europa

La muerte les acompañó en todo momento. Dejaron Afganistán a escondidas porque nadie podía saber que querían escapar, especialmente a Europa. “Creo que solo por eso te matan”, asegura. Así cruzaron a Irán y pusieron rumbo a Turquía.  

Cuando llegaron a la frontera después de toda la noche caminando, comenzaron a disparar contra el grupo en el que iban. Pasaron tanto miedo mientras corrían por sus vidas que ni siquiera se dieron cuenta de que habían perdido a su hijo, con el que afortunadamente se reencontraron cuando cesaron los disparos. Tras ser amenazados y golpeados por las fuerzas de seguridad fronterizas, pudieron cruzar.  

“Estuvimos encerrados en un piso una semana. Mi hija mayor estaba enferma, sin medicinas, y nosotros también estábamos muy cansados de caminar. En un momento mi hija intentó ir al baño y se cayó… y yo sentí que no podían aguantar más mis pies. Me puse a llorar, estábamos encerrados, mi hija a punto de morir y yo no podía hacer nada”, recuerda. 

 

Fronteras letales

Pasaron 25 días buscando la forma de ir a Bulgaria, donde al final llegaron a pie. “Tenía que caminar con mis hijos como si fueran hombres. Caminamos cuatro días en el bosque, dormimos en la nieve. Mis hijos estaban enfermos y mi marido estaba muy mal”. Finalmente les encarcelaron y en ese momento, Safura recordó su país. “Me sentía como la vida que tenía en Afganistán, al estar encerrada en una habitación, como en la cárcel”. 

“Nos dejaron libres y decidimos seguir adelante”. De Bulgaria pasaron a Serbia, y de allí a Hungría, donde fueron de nuevo encarcelados. Después Austria, Francia, Italia y al fin, España. 

“En cada frontera que pasé estaba casi perdiendo a mis hijos, estábamos perdiendo la vida. Queríamos volver atrás, pero ya no había opciones, tienes que seguir adelante”, cuenta Safura sobre su odisea, en la que tantas veces les flaquearon las fuerzas.  

El viaje era muy peligroso, muy peligroso. Yo misma cuando estábamos caminando por el bosque de Bulgaria pensé, ‘¿por qué venimos?’ Sientes muchas veces la muerte, no hay comida, no hay ni hambre. Mis hijos solo decían ‘agua’, pero no había. No hay nada. Cuatro días sin comida en el bosque (…) Cada frontera que pasas es como que mueres, y vives otra vez. No es fácil”. 

 

La difícil tarea de rehacer una vida

De Barcelona fueron a Madrid y de allí a Cantabria, donde su marido le planteo marcharse a otro país por las dificultades que afrontaban para recibir ayuda. “Pero yo estaba muy cansada, aunque tuviéramos que vivir los cinco en una habitación. Casi vi cuatro o cinco veces delante de mis ojos que mis hijos iban a morir y yo no podía hacer nada. Aquí por lo menos estábamos a salvo, y no quería salir más”.  

Volvieron a Madrid, y poco a poco empezaron a construir una vida “complicada”. “Aunque estamos a salvo de la muerte, veo muchas fronteras también en España. Si no tienes contrato de trabajo no puedes conseguir casa, aunque puedas pagar”. Sin embargo, tras las trabas iniciales y más de tres años esperando, recibieron el asilo y Safura encontró trabajo en las Unidades de Distritales de Colaboración (UDC), un proyecto del Ayuntamiento de Madrid para mejorar la calidad de vida de los barrios, gestionado por CEAR en varios distritos de la ciudad. Ahora se siente “muy bien”.  

“Trabajamos con las UDC en los huertos, colegios, murales, pintamos, nos pedimos ayuda entre los compañeros… hacemos de todo. Conocemos muchas cosas, sitios, personas con las que hablamos. De verdad me gusta mucho”.  

Safura - historia de refugio - Afganistán - UDC - CEAR

Recordando Afganistán

El brillo que hay en sus ojos al hablar de su trabajo, que le permite dar protección y estabilidad a sus hijos, cambia al hablar de Afganistán. Su hermano consiguió traer desde el país asiático a su mujer y a su hija, a la madre de ambos y a una de sus hermanas. Pero todavía tienen una hermana en Irán para la que esperan desde 2019 la reunificación familiar, una de las vías legales para que las personas que lo necesitan encuentren protección en un país seguro, y familia en el país, por la que temen.  

“Me da mucha tristeza”, dice Safura. Una de sus hermanas sigue en Afganistán y cuenta con pena que han casado a su hija de 12 años para evitar que los talibanes, que también mataron a uno de sus sobrinos, puedan llevársela a la fuerza. “Mi deseo es ayudar a las chicas de Afganistán, al menos a las que conozco, como mi cuñada, que me pide que si puedo salvar a sus hijas para que puedan estudiar. Ahora no puedo, pero espero poder hacer algo en un futuro”. 

 

El futuro por delante

“Cuando salí, salí solo por mis hijas. Yo no tuve la fecha de nacimiento, pero mis hijas sí tienen”, dice con orgullo Safura, para quien sus hijos son lo más importante. “Les voy a apoyar, si quieren ser cantante, bailarín, lo que sea. A mí me da igual, aunque a su padre no le guste, a mí me gusta lo que ellos quieran. En mi vida estoy trabajando solo por ellos, para que tengan la mejor vida y que no vivan lo que yo viví”.  

Espera que no recuerden nada del terrible viaje y quiere que la vida esté llena de alegría y oportunidades para ellos. “Hablo de manera que no sientan que su país es de una forma y aquí de otra. Quiero que sientan que están en España, que viven tranquilamente como la gente de aquí. Nunca les voy a contar las cosas, por lo menos a mi hija, de que allí no podría estudiar, salir de casa, etc. No quiero tristeza en su vida. Yo en mi vida veo mucha tristeza, tengo que llorar para relajar, si no me duele en la garganta. Pero no quiero que mis hijos pasen eso”. 

A pesar de todo, Safura cuenta con una gran sonrisa que en España se siente “muy aliviada”. “Puedo salir, puedo entrar, puedo decidir en mi vida qué hacer, qué hacen mis hijos. Ya decido yo. A lo mejor en mi país nunca puedo decidir si mi hija va al colegio. Pero aquí sí puedo”. 

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