Mansour Konte, un vecino más de la Carretera de Cádiz
La violencia intrafamiliar obligó a Mansour a abandonar Guinea Conakry. Tras su paso por Senegal, llegó a España por la peligrosa ruta canaria. La DANA le trajo una visibilidad inesperada, pero él solo quiere empezar a trabajar y emprender una nueva vida con la esperanza de reencontrarse pronto con su madre y su hermano pequeño.
Nacido en Guinea Conakry hace 18 años, abandonó su país por las múltiples amenazas y agresiones derivadas de un conflicto familiar. “Si quieren que mueras, vas a morir”, recuerda con tristeza.
La infancia de Mansour pasó rápido. Desde muy pequeño trabajó junto a su madre vendiendo pescado en un pequeño mercado de su ciudad natal. No tiene recuerdos de la escuela porque no pudo sentarse en un pupitre. “Solo trabajar. Nunca jugué al fútbol, ni fui al colegio, solo trabajaba”, asegura.
La violencia intrafamiliar se recrudeció y, a pesar de su minoría de edad, decidió abandonar su país en búsqueda de un lugar seguro. Solo, después de varios días por carretera, llegó a Dakar gracias al dinero que pudo ahorrar en los meses previos. Después de unas semanas en Senegal, en octubre de 2023 se subió a una patera junto a otras 100 personas.
Mientras muestra algunas imágenes de aquel viaje, recuerda que no le dijo nada a su madre, “no quería preocuparla, tenía miedo por lo que podía ocurrir”. Y es que, el viaje de Mansour, como el de las miles de personas que se juegan la vida en la ruta canaria cada año, no fue fácil. Después de nueve días en los que el frío golpeaba, y el agua y la comida escaseaban, llegó a Tenerife alimentándose a base de caramelos que había guardado en una pequeña riñonera.
“Pensar en todo lo que he pasado, me hace llorar. He tenido una vida muy dura”. Compartir en X
Una nueva oportunidad
A pesar de la dureza del momento, su rostro se ilumina con una inmensa sonrisa al rememorar aquel instante en el que, después de mucho tiempo, se sintió con la seguridad de emprender una nueva vida. Tras solicitar protección internacional en Tenerife fue trasladado a Málaga, donde comenzó a ser atendido por CEAR.
Lo primero que recuerda de su llegada a la capital malagueña es su primer día en la “escuela”. “Cuando llegué a las clases de español me emocioné mucho porque nunca había estudiado”. Mansour sonríe, sonríe mucho y bajo esa sonrisa se esconde la inocencia de cualquier chico de su edad. “Tenía vergüenza de sentarme en primera fila porque no sabía ni leer ni escribir”, confiesa. Pero con esfuerzo y con el apoyo de las profesoras de la academia y de las técnicas de idioma de CEAR, cada vez se desenvuelve mejor con el idioma del país que lo acoge.
Durante este tiempo ha creado un especial vínculo con el equipo de que lo acompaña. Está muy agradecido de todo el apoyo recibido. Vuelve a sonreír y a encogerse de la vergüenza para afirmar, con un tono de voz suave: “son como mi familia en España”. Porque no lo olvidemos, Mansour sigue siendo un joven, como cualquier otro, pero que, siendo menor, tuvo que hacer frente a situaciones impropias de su edad.
Ahora se siente muy feliz. No pierde la oportunidad de ir a la playa cuando hace sol y cuando llueve, disfruta del momento porque lo transporta a las calles de su ciudad natal. Su mayor deseo es que se resuelva favorablemente su solicitud de asilo y comenzar a trabajar; “si tengo trabajo, tendré toda la libertad que quiero”, confiesa. Todo lo demás no le importa, excepto una cosa, reencontrarse con su madre y su hermano.
“Si tengo trabajo, tendré toda la libertad que quiero”. Compartir en X
La DANA le cambió la vida
Las imágenes recorrieron rápido las redes sociales. Durante aquel día de incesantes lluvias y calles anegadas, Mansour no dudó en salir de su habitación para colaborar en todo lo que pudiese. “En mi país cuando llueve salimos a las calles porque las casas no son seguras y nos ayudamos entre todos”, apunta. Tras apoyar a la policía local moviendo contenedores de basura, vio a una mujer totalmente paralizada en medio de la avenida. La cogió en brazos y la llevó hasta una zona segura. “Lloraba y decía que no podía andar”, señala.
Todo quedó registrado y desde entonces se ha hablado mucho de aquel momento. Las imágenes del rescate se viralizaron rápidamente y se llenaron de comentarios; los medios de comunicación se interesaron por aquella “hazaña”; llegaron ofertas de trabajo, reconocimientos, como el premio “Malagueños de Hoy”, otorgado por el periódico Málaga Hoy; e incluso una propuesta para encarnar al rey Baltasar en la próxima cabalgata de reyes, que finalmente se materializará, dando relevo a Hady, una antigua persona acogida por CEAR, quien ya hizo de Baltasar hace dos años.
Todas son muestras de agradecer, pero recordemos que ninguna persona debe hacer ningún tipo de “hazaña” para que su dignidad y respeto se reconozcan. No se debería condicionar la humanidad de las personas migrantes a lo que hacen. De ser así se estaría perpetuando que tanto la dignidad como el respeto, o cualquier otro derecho fundamental, deben ganarse a base de actos “heroicos”.
Mansour, entre tanto, no acaba de entender lo sucedido. No cree que haya hecho algo extraordinario. “Vi a aquella mujer paralizada y solo la ayudé, no soy ningún héroe”, insiste. Abrumado y cansado de la situación, pero feliz, repite constantemente que sueña con trabajar pronto y que su solicitud se resuelva favorablemente. Mientras, seguirá mirando la lluvia desde la ventana y ayudando a cualquier persona que se encuentre en una situación difícil, porque la solidaridad de Mansour no tiene límites, ni entiende de fronteras.
“Estoy feliz, pero no soy ningún héroe. Solo quiero trabajar y que se resuelva pronto mi solicitud de asilo”. Compartir en X