Vilén: “Las autoridades rusas han decidido meterse en Ucrania, pero antes ya se metían en nuestras vidas”

El activismo antimilitarista de Vilén y su orientación sexual hicieron de su vida un infierno en su país, Rusia. Cuando comenzó la invasión de Ucrania, supo que huir sería su única opción. 

 

Vilén nació en Rusia y es activista desde los 19 años. “Siempre me ha hecho más difícil encontrar trabajo” porque en su país, dice, “es frecuente que se ejerza presión sobre activistas políticos y antimilitaristas para impedir que puedan llevar una vida normal”.  

Para él se hizo habitual que la policía investigara su correo, le vigilara, persiguiera y amenazara. Y no solo a él. “Acudían al domicilio de mis padres, recibía llamadas anónimas que les permitían geolocalizarme, preguntaban a otras personas que se hallaban detenidas de forma preventiva si sabían dónde encontrarme…”. Las presiones también llegaron hasta la universidad y le expulsaron antes de que pudiera presentar su trabajo final.  

Tampoco podía revelar que era gay. “Si se lo decía a alguien, era solo a los más allegados porque el gobierno, la televisión, ponen a la gente en contra de los gays y fomentan la homofobia, la transfobia, la bifobia…”, explica.  

Esta falta de normalidad se precipitó el 24 de febrero de 2022 con el comienzo de la invasión rusa de Ucrania. “Desperté, miré el teléfono y vi unos ciento y pico mensajes en el canal de noticias que sigo. Tuve claro que la guerra había empezado. Mi pareja y yo comprendimos que nos tendríamos que marchar porque las represalias se iban a intensificar”.  

En pocos días se hizo evidente que tenía razón. “Nos encontramos con dificultades incluso antes de emprender la huida”, describe de un momento en el que el Gobierno, que llevaba desde 2014 haciendo propaganda antiucraniana, reprimía cada vez con más dureza las voces disidentes, con arrestos y condenas de hasta 15 años de prisión.  Ellos ya habían empezado los trámites para pedir asilo. 

El momento de la despedida 

“La salida del país fue un momento tan difícil para mí como el comienzo de la guerra”, recuerda Vilén. “Mis padres nos llevaron a mi novio y a mí a la ciudad de Goriachi Kluch para que allí tomáramos el tren. Se me ha quedado grabada la imagen de la despedida de mis padres. Ellos estaban en el andén, nosotros en el tren. Es una imagen que se ha quedado en mi memoria”.  

Habían decidido que solicitarían asilo en España, atraídos por un clima similar a su lugar de origen, la gran distancia que sentían que ponían con los agentes de los servicios secretos rusos y la creencia de que aquí no tendrían que seguir ocultando su orientación sexual. 

“Llegamos a Madrid cansadísimos porque el camino había sido muy difícil. Pero también nos sentíamos a salvo por estar al fin fuera de Rusia”, agradece Vilén.  

Perder los miedos

“Por las noches, cuando me acuesto, ya no pienso que por la mañana podrían venir a registrar mi casa o a detenerme. Aquí se siente la libertad, la gente no es homófoba”, cuenta sobre esta nueva etapa que vive con su pareja en España. “Desde aquí puedo publicar y postear para el movimiento en mi propio nombre, sin exponerme a responsabilidades a diferencia de lo que pasaría si lo hiciera desde Rusia”. 

Pero algunas cosas no cambian tan rápidamente. “Seguimos experimentando una especie de homofobia interior que adquirimos en Rusia. Es algo que nos impide mostrar nuestros sentimientos en público. Por ejemplo, la gente pasea por la calle cogida de la mano, pero nosotros nos tenemos que forzar un poco para hacerlo porque tenemos interiorizada la idea de que la gente que nos rodea es homófoba y nos va a juzgar por ello”. 

Vivir en el exilio

Vilén y su pareja ha han presentado sus solicitudes de asilo, tras pasar por una odisea para conseguir cita en la Policía, y ahora esperan la resolución. En este momento no pueden trabajar y sobreviven con ahorros y ayudas. CEAR les ha asesorado y acompañado en su proceso de inclusión con clases de español.   

Sigue siendo un activista ruso, aunque lo sea desde el extranjero, manteniendo vínculos con diferentes movimientos como el de objetores de conciencia, con el que se relacionan a través de un canal de Telegram. Antes de la invasión de Ucrania tenía menos de mil suscriptores, pero ya supera los 50.000. 

“Conozco decenas de personas que han abandonado el país. El perfil es más bien de activistas que corrían peligro. También conozco algunas personas que han huido de la movilización. Pero también conozco a muchas personas en Rusia que están en contra de la movilización y que querrían huir, pero no tienen esa posibilidad”, en gran parte por la desinformación, afirma. 

“También es difícil abandonar tu país, dejar todos los recuerdos, la familia, los amigos, y empezar una vida nueva”, reconoce Vilén. Él mismo asegura que casi todos sus recuerdos son de Rusia. “Allí viven mis familiares, mis amigos. Quiero que las cosas mejoren en Rusia”. 

Acogida a las personas refugiadas de Rusia 

“¿Qué puedo decir a un ucraniano que se opone a que se otorgue asilo a los rusos? Muchos hablan así por su estado emocional. Las emociones a veces cambian a las personas. A veces impiden pensar con objetividad”, razona sobre las voces que cuestionan que haya personas rusas que también buscan refugio. 

“Es necesario que escuchen: la gente que huye está en contra de la guerra, es por eso que huyen de Rusia, y también para escapar de las represalias internas. Ahora las autoridades rusas han decidido meterse en Ucrania, pero antes ya se estaban metiendo en las vidas de los ciudadanos rusos. Había continuas represalias que no hacían sino ir a más. La gente salía a protestar y la detenían”, explica Vilén. 

Hay que apoyar a estas personas porque huyen de las represalias, de la dictadura, en busca de una vida normal”, pide Vilén. “Si en un futuro viajo a Rusia seguramente lo haré para visitar a la familia, a los amigos. Pero prefiero quedarme a vivir aquí porque Rusia aún necesita mucho trabajo y mucho activismo para que desaparezca la homofobia”.

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