Emily, rescatada por el Aquarius: «La mayoría de mis compañeros de viaje murieron en el mar»

«La vida en sí misma es un misterio. En el mundo existen más de 68 millones de personas desplazadas (…) todas con historias brutales desde un punto de vista económico, sociológico, emocional, fisiológico. Mi historia es una de ellas».

 

Así comienza el desgarrador testimonio de Emily Sini, una mujer nigeriana que huyó de su país por violencia de género. Las amenazas de muerte la obligaron a adentrarse en el desierto sin saber muy a dónde ir. Acabó en Libia, donde la vida “está llena de dolor, de tragedia, de pena”  y decidió emprender un viaje desesperado por mar para sobrevivir. Lo consiguió gracias a que fue rescatada por la embarcación Aquarius y a que España autorizó el desembarco en Valencia con más de 600 personas a bordo, tras 9 días abandonadas en el mar. Emily conmemoró el Día del Migrante hablando al público desde una tribuna en la presentación del encuentro ‘Ilegal es dejarles morir’, desde donde luce sus recién recuperadas ganas de vivir y de contar al mundo que «Libia es un infierno» y que «los africanos están sufriendo mucho, y no solo por la pobreza».

 

«En Libia, la vida no es vida»

 

Emily llegó a Trípoli sin pertenencias, destruyeron todo lo que poseía en el país donde nació. Viajó con lo esencial: su cuerpo y su dignidad, y lo último que esperaba es que estos también se vieran amenazados en su nuevo destino. En Libia, las agresiones sexuales hacia las mujeres ‘africanas’ están completamente normalizadas. «Muchas son prostituidas, sufren violencia sexual, vergüenza, agresiones sexuales». A Emily se le quiebra la voz cuando recuerda aquella noche en la que volvía a casa del trabajo y vio «cómo violaban a una mujer hasta matarla», «a nadie le importó», lamenta.

Llegó a Libia en agosto de 2012 y no tardó en darse cuenta de que allí «la vida no vale nada». Los seres humanos se convierten en mercancías, las vidas se compran y se venden: «el único valor es el material, tus derechos no cuentan para nada en Libia», explica. Puedes conseguir armas en cualquier mercadillo de la calle, las «prueban con seres humanos simplemente para ver si funcionan».

La gota que derramó su vaso fue descubrir que el propio hijo de su casero había robado en su casa. Éste en vez de denunciarlo, la amenazó con matarla si no se iba, y la policía en vez de protegerla, le recomendó que huyera. Ese día Emily estuvo a punto de suicidarse, pero encontró fuerzas para darle una última oportunidad a la vida.

El viaje a Europa

 

«Emprendí un viaje desesperado», reconoce Emily. Muchas de las personas que se embarcaron rumbo a Europa guardaban en sus bolsillos la información necesaria para ser identificadas si eran encontrados sus cadáveres.  Recuerda a la perfección cuando se torció todo, cuando se agotó el combustible y eran las olas las que  dirigían la embarcación, y cuando otro de los barcos que iba junto al suyo se hundió. “La situación era angustiosa”, recuerda.

Al cabo de unas horas fueron localizados por un helicóptero y al acabar la noche, rescatados por el Aquarius, el barco de Médicos Sin Fronteras (MSF) y Sos Mediterranée, pero la angustia no cesó hasta más de una semana después. Ningún país europeo autorizaba el desembarco en sus puertos y la amenaza de regresar a Libia se respiraba en aquella embarcación sin rumbo. “Si nos devuelven a Libia va a ser mejor que nos ahoguemos en el mar”, fue la respuesta masiva de las cerca de 600 personas rescatadas.

Tras una semana y dos días angustiosos recibieron un mensaje de España autorizando el desembarco. Llegaron al puerto de Valencia el 17 de junio: «Fue algo glorioso, pero también algo que constituye una historia muy dolorosa. Yo estoy aquí, pero la mayoría de mis compañeros de viaje murieron en el mar, y cada vez que recuerdo esto pienso: Dios mío, que no nos vean como ilegales».

Volver a empezar

 

El desembarco del Aquarius en el puerto de Valencia será recordado como uno de los más mediáticos de la historia, más de 130 medios acreditados para recibir a los más de 600 migrantes y refugiados rescatados. Pero cuando se apagan los focos, la vida continúa.

Seis meses después de aquel desembarco, en las palabras de Emily se intuye agradecimiento, recuperación, y también, la necesidad de denunciar lo que está pasando en África: «tengo que contar a vuestro mundo que los africanos están sufriendo mucho, no solamente por la pobreza, sino también de forma emocional, psicológica, física…»

Emily agradece la ayuda de CEAR durante todo este proceso, en concreto de Vanessa, su “mentora”, “motivadora” y la persona que le “ha dado fuerzas” para que no se viniera abajo. Agradece también la decisión que tomó el gobierno español en aquella lamentable semana de junio y se compromete a “trabajar todo lo posible para contribuir al crecimiento económico de este país”.

Aunque reconoce haberse venido abajo en alguna ocasión, siente que en España ha renacido: «Esta es la primera vez que veis mi cara así en los últimos años (…) no tenía sonrisa». Ahora se siente querida y dispuesta a devolver todo lo que ha recibido, a cambio pide recibir ánimo y fuerza para no sentir que todo este viaje ha sido en vano.

 

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