Amara escapó del terrorismo en Mali: ‘‘No iba a ser uno de ellos, por eso tuve que huir’’

Hasta 2012, la vida de Amara era como la de cualquier otro niño maliense. Vivía en Kayes, ciudad situada en el oeste del país. Era el segundo de seis hermanos, cuatro chicos y dos chicas; todos ellos, junto a su madre, residían en la casa de uno de sus tíos. Iba al colegio y, recuerda que en los períodos vacacionales trabajaba ayudando en el campo con tareas de agricultura y ganadería. Su padre no estaba con la familia. Era profesor y desempeñaba su profesión en Gao, región del noreste del país.

‘‘La guerra empezó en el norte de Mali, cuando él estaba trabajando como profesor justo en esa zona. Mi padre fue asesinado en 2012 por el grupo que quería la independencia de nuestro país’’, cuenta Amara, quien perdió a su padre a los 13 años.

La vida cambió para él y para toda su familia desde entonces. Pero también para todo el país. Un conflicto civil marcado por la violencia se iniciaba en Mali y con él, el horror y la guerra que sufriría la población civil.

En 2019, Amara logró escapar de una situación que marcó su vida. ‘‘Me escapé de un ataque terrorista. Querían obligarme a ser uno de ellos porque buscaban a los chicos más jóvenes para continuar con sus ataques y expandirse. Yo no podía hacer eso, yo soy una buena persona y por eso tuve que huir’’.

Racismo, miedos y la odisea en el mar

Salió solo, cruzó la frontera con Argelia en un coche junto a un grupo de personas. Allí trabajó durante ocho meses como peón de albañil, pero recuerda que la vida no fue fácil: ‘‘En Argelia viví situaciones muy complicadas. Las personas negras no somos bien tratadas, hay mucho racismo’’. Amara cuenta que en algunas tiendas no querían atenderle por su color de piel, o cómo al pasar por su lado, algunas personas se tapaban la nariz y la boca con las manos en señal de rechazo.

Esta situación, sumada a la inseguridad de ser deportado a Mali, le llevó a Marruecos. Allí llegó en 2020 y estuvo hasta 2023. Pasó por distintas ciudades, donde le fue difícil encontrar oportunidades laborales. Además, la inseguridad de su situación irregular lo mantenía preocupado, por lo que en junio de 2023 decidió subir a una patera para buscar una vida más digna en España. Recuerda perfectamente el trayecto en el mar hasta llegar a Fuerteventura, junto a otras 53 personas, entre ellas dos mujeres y cuatro niños. ‘‘Yo no sé nadar, nunca había visto el mar porque Mali no tiene mar. Estuvimos tres días en la embarcación y fue muy complicado porque nos entraba agua y teníamos que sacarla con cubos. Además, había una cuerda en el centro de la patera que se rompió. Pasamos mucho miedo’’. Es consciente de la falta de vías legales y seguras, para llegar a España: ‘‘Llegar a España es muy complicado, he tenido que poner mi vida en peligro porque la patera no es un medio seguro. Todas las vidas corren peligro’’.

La vida en España: un nuevo camino lleno de luces y sombras

Contento, feliz y seguro, así fue como se sintió al llegar a Fuerteventura. ‘‘Sentí que la inseguridad de Malí, incluso de Argelia o Marruecos, quedaba atrás”.

Eso sí, empezar de cero no iba a ser una tarea sencilla. Amara solicitó protección internacional y, desde que llegó a España e inició su proceso de asilo, ha pasado por Fuerteventura, Huelva, Algeciras (Cádiz) y Guillena (Sevilla). Aprendió español y conoció las diferentes realidades y contextos de las ciudades en las que estuvo. En Algeciras y en Sevilla ha sido acogido y atendido por CEAR, a quienes agradece el trabajo y la atención que le han dedicado: ‘‘Me han ayudado a aprender español, me han ayudado integrarme, incluso a salir del centro de acogida cuando no conocía a nadie. Siento mucho agradecimiento con todo el personal de CEAR por cómo me han tratado durante el tiempo que he estado con todos y todas ellas’’.

El pasado diciembre Amara recibió una de las mejores noticias: su solicitud de protección internacional había sido resuelta favorablemente con la protección subsidiaria. ‘‘Estoy muy contento con eso, ahora tengo residencia por cinco años y autorización para trabajar’’. Aunque el trabajo todavía no ha llegado y es lo que más le preocupa: ‘‘Hice un curso de albañilería y me gustaría trabajar pronto. Lo necesito’’.

Él es una de las más de 9.000 personas procedentes de Mali que el año pasado consiguió una resolución favorable a su solicitud de asilo. Todo un ejemplo de que tras cada cifra hay una historia que merece ser contada.

Quiere volver a reunirse con su madre en Sevilla y ser albañil

Al hablar de futuro Amara lo proyecta en Sevilla junto a su madre: ‘‘quiero traerla a mi lado porque donde ella está la vida no es segura; es una situación muy complicada’’. Cuenta que habla con ella algunas veces. Aunque su madre no tiene móvil, consigue contactarla a través de un tercero: ‘‘yo llamo a un chico de mi pueblo y él le pasa el móvil, así logramos no perder el contacto nunca’’.

También quiere ejercer de albañil. Por ello, su técnica de empleo en CEAR trabaja con él para que su incorporación al mercado laboral en condiciones dignas sea una realidad.

Pide no criminalizar a las personas migrantes

Amara sabe que actualmente el discurso de odio contra las personas migrantes y refugiadas ha ganado terreno en contextos como las redes sociales. El racismo o la criminalización de estas personas lo hacen reflexionar: ‘‘No somos malas, solo hemos huido de una guerra o de alguna inseguridad y lo único que queremos es buscar una vida segura. Solo necesitamos ser protegidos y tener una oportunidad de futuro”, reclama.

Al llegar a España sentí que la inseguridad de Malí, incluso de Argelia o Marruecos, quedaba atrás. Compartir en X
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