Alexandra, perseguida por luchar por los derechos LGTB
Esta hondureña de 36 años era activista de los derechos de las personas LGTB y presidenta de las transexuales en la organización Arcoíris en Honduras. Estudió y tenía dos peluquerías, casa, coche… hasta que toda su realidad y sus sueños se desmoronaron de la noche a la mañana, como sucede aún a miles de personas que aún son perseguidas LGTB en todo el mundo.
Con el golpe de Estado en Honduras (2009) comienzan a aparecer muertas muchas de sus compañeras transexuales de lucha. De dos en dos, luego tres, cuatro… así hasta que en una sola semana aparecieron 20 cadáveres. Muchas tuvieron que huir para no morir. Al menos “200 transexuales murieron o desaparecieron” sin dejar rastro esos días. Cada vez que sonaba el teléfono pensaba: “A ver a quién mataron hoy”, recuerda con terror.
Cree que lo que convertía a las personas transexuales en un objetivo fácil es que estaban en las calles. Su lucha era para obtener igualdad y respeto, que fueron ganando poco a poco gracias a manifestaciones en la que hacían visible su situación y sus derechos. Alexandra apareció en todos los canales de televisión de Honduras para denunciar la situación, lo que la convirtió en un blanco fácil de reconocer y víctima de amenazas, incluso en pleno directo.
Un día le atropelló un coche. Posteriormente comenzó a recibir llamadas de teléfono para amenazarla. Hasta que unos hombres con pasamontañas entraron por la fuerza en su casa y la secuestraron. Estuvo casi un mes recluida, tiempo en el que fue torturada y violada de todas las maneras posibles.
“Si estoy viva es de milagro. Tengo 15 puñaladas en mi cuerpo, incluida una en el ojo. Con un picahielo me pincharon en diferentes partes, incluida en los pechos, porque pensaban que eran prótesis. Me violaron más de 20 hombres…”, enumera Alexandra como si lo estuviera sufriendo en ese mismo instante.
Hasta que se quedó en estado catatónico y sus secuestradores pensaron que ya estaba muerta. Ni siquiera pudo reaccionar cuando escuchó que querían descuartizarla para deshacerse de su cadáver. Al final decidieron meterla en un saco de frijoles y tirar su cuerpo por un barranco a las afueras de la capital.
Lo que no esperaban sus captores es que aún estuviera viva. Despertó desnuda y moribunda, pero aún con fuerza para pedir auxilio. “Tengo mucha fuerza de voluntad y ganas de vivir, por eso sigo viva”.
Cómo solicitó asilo en España
Cuando llegó a España en febrero de 2012 ignoraba por completo que tenía derecho a solicitar asilo. Fue retenida en Barajas y la policía le hizo firmar una carta de expulsión. En ese momento se le cayó el mundo encima: “Sabía que si regresaba, me iban a rematar”.
Hasta que un abogado de oficio se acercó y le pidió alguna prueba de que venía huyendo de Honduras por persecución. Una vez le mostró las denuncias, le informaron que podía solicitar asilo: “En ese momento pensé en todas las vidas que se podrían salvar si la gente supiera que tiene este derecho. A cuánta gente terminan matando sin que nunca lo sepan”.
Pasó dos días y medio en unas oficinas de Cruz Roja preparadas para estancia temporal hasta que llegó el abogado de CEAR. Dos días después firmó un documento con el que se le facilitó la bienvenida a España. De allí pasó a un centro de Vallecas, hasta que pudo lograr una plaza en el centro de acogida de Getafe. “Me dieron una segunda oportunidad para vivir”.
Ahora tiene 36 años y sigue echando de menos a su familia, a la que no ha podido ver desde que se vio obligada huir. Trabaja en limpieza y mantenimiento en el centro de acogida, aunque le gustaría algún día trabajar para lo que estudió.
Aquí se siente libre de poder manifestar su identidad sexual, aunque también cree que hay mucho camino que recorrer para acabar con la discriminación a las personas LGTBI. Ni siquiera se siente segura en Madrid, por lo que ve imposible que algún día pueda regresar a Honduras. Su sueño sería reencontrarse algún día con su familia. Mientras tanto solo quiere seguir trabajando y viviendo “feliz, tranquila…” tal y como tendría que haber sido siempre.
“Ser refugiado no es ser oportunista, sino salvar nuestras propias vidas, dejar lo que más queremos. Mi familia prefería verme mejor lejos antes que muerta. Me hicieron de todo y sigo hablando”. A los políticos les pediría que se pusieran en el pellejo de las personas refugiadas, porque “sí pueden cambiar cosas”.