Una persona refugiada no lo es por decisión propia.
En la mayoría de los casos son personas como tú y como yo, pero que han tenido que elegir entre un ataúd y una maleta, que se han visto obligadas a huir de su país por sufrir persecución por motivos de raza, religión, nacionalidad, opiniones políticas, género u orientación sexual. Muchas son víctimas de trata o de conflictos armados. Han perdido todo excepto la dignidad.
Cuanto más insolidaria se vuelve Europa, que trata de impedir la llegada de las personas refugiadas blindando sus fronteras y aumenta las restricciones para acceder al derecho de asilo, con más determinación trabajamos en CEAR para acoger y defender a las personas refugiadas obligadas a emprender una nueva vida.
Mientras tú lees estas líneas, hay más de 51 millones de personas desplazadas forzosamente en todo el mundo que buscan un lugar seguro donde poder rehacer su vida, enfrentándose a todo tipo de obstáculos y dificultades.
Mustafá tuvo que huir de Bangladesh por su ideología política. “Llegué a Valencia el 22 de agosto de 1997, como polizón, sin hablar una palabra de español. No tenía nada, aparte de la ropa que llevaba puesta. Mi solicitud de asilo fue denegada 3 veces, hasta que el abogado de CEAR pidió un reexamen. Durante la espera CEAR me asesoró y me acogió en uno de sus centros. Recuerdo el Centro de Acogida como un lugar donde tuve muchas amistades, sobre todo de los trabajadores sociales y el director, personas que, aparte de realizar bien su trabajo, hacían muchas cosas por humanidad; aún hoy nos reunimos de vez en cuando. Pienso en volver un día a Bangladesh, mientras aspiro a tener una vida normal, esté donde esté, trabajar, tener una familia y… vivir”.