
© Biel Aliño
La vida en un centro de acogida en tiempos de coronavirus
Una trabajadora de CEAR cuenta en primera persona cómo es la vida en el centro de acogida de CEAR en Cullera en estos tiempos de coronavirus. Ella es dinamizadora sociocultural y ha querido compartir su experiencia con el objetivo de que pueda servir a quienes atienden a personas en situación de vulnerabilidad durante esta pandemia.
* Sara Ferragud, técnica de Dinamización Sociocultural en CEAR País Valenciano.
Domingo, 10.00h de la mañana, llego al centro y lo primero que huelo es el olor a café que sale del comedor. El vigilante, con la simpatía que le caracteriza, me da los buenos días y me pasa el parte de la noche; niños que lloran, dolores de muela, insomnios de confinamiento, largas charlas interculturales en los espacios comunes… Lo habitual.
Sonidos de guitarra y djembe inundan mis oídos. Son Mamadou y Juan en la 5ª planta intentando evadir sus mentes ante esta situación. Rosa, les acompaña escuchando anonadada y viajando a través de sus pensamientos. La medicación la mantiene controlada.
Son las 12.00h y hoy es un gran día, hemos conseguido una donación de juguetes para los niños y niñas de una empresa solidaria de Valencia que es consciente de la situación que vivimos en los dispositivos. Subo ansiosa, feliz… llamo a la puerta 404 y me abre Irina, la mamá de David, pelo revuelto, ojos hinchados y en ropa interior. Su marido Georgi, desde el fondo de la habitación, con una taza de café me saluda medio desnudo, con total naturalidad, tomando algo de aire fresco que entra por la ventana. Lo que más me encoge el corazón es que, al verme, ni se tapan, ni se inmutan. Se sienten cómodos, en confianza y, en ese momento, me siento una más de su pequeña familia.
«¿Qué traes? ¿Qué llevas en la mano? ¿Es un juguete para mí?», pregunta con ojos atónitos. «Sí, es tuyo, para que puedas llevar mejor estos días de encierro y confinamiento en tu pequeña habitación, junto con tus padres», le respondo. No hay nada más en ese instante, nada más, solo la cara de felicidad de David, la alegría de sus padres al mirarle. Nada más. No hay conflictos, no hay guerras, no hay homofobias, no hay política, no hay oscuridad… Solo luz, la luz que nos alumbra en sus ojos.
El mismo movimiento, posteriormente, con Olena, con Mohamed, con Ernesto, con Lucía, con las familias de nuestra casa, de nuestro hogar, porque así es, muchas veces se convierte en nuestro hogar. Y cuando la oscuridad nos invade también a nosotras, a las personas que aquí trabajamos, encontramos esa luz que nos alumbra el camino, que nos mantiene despiertas, que nos da ganas de seguir.
Son las 13.00h, es la hora de comer, desde hace horas sube el olor a comida por las escaleras del centro. Intento adivinar, ¿paella?, ¿pescado?, ¿pizza?, ¿pollo al curry? Y mi paladar de buena comedora comienza a salivar. Una pequeña sonrisa, cojo llaves y bajo. Pijamas, zapatillas de ir por casa, pelos enredados, caras de sueño, y sonrisas, muchas sonrisas.
“¿Qué nos has preparado tan rico hoy Alicia?”. “¡Buenos días, señora! ¿Cómo se encuentra hoy?». «¿Qué tal habéis dormido?”. “Venga, paciencia que ya nos queda menos”. “¿Cómo está su tensión?”. “¿Se ha pinchado la insulina?” “No, hoy no podemos lavar, mañana hablad con las compañeras”. “Hablad con las trabajadoras sociales para ese tema”. “Luego charlamos un ratito a ver si subimos ese ánimo. Todo pasará”.
Un silencio se crea generalizado después de comer. Descanso, paz. Subo al despacho, es la hora del ordenador. Fichas, listados, prorrateos, correos, programación, búsqueda de recursos… Mientras todos duermen la siesta, navego en el mar de internet buscando dinamización sociocultural online. Todavía me parece increíble y una sensación de ahogo me inunda.
Es la hora de ver una película en la primera planta, convoco a todos a través del grupo de WhatsApp. ¡Hoy ‘Bohemian Rapsody’ en versión original! Aunque tenemos que ser pocos, solo cinco por sesión y bien distanciados, no han faltado las risas, las canciones y el humor. ¡Qué buen rato hemos pasado! Durante unas horas no existía coronavirus, ni conflictos, ni temores, ni desgracias, solo había calma y las tempestades interiores habían desaparecido.
«¿Cuándo regresas?». Y el alma se me encoge, todavía no me he ido y tienen ganas de volverme a ver. Qué gran sensación, qué gran familia esta. Mañana más y mejor, seguro… ¡Vamos a ganarte la batalla! ¡Juntos somos invencibles!