«Ahora tengo libertad y dos tierras, ambas con olivos»

Azadi (Siria)

En 1976 nací en Alepo, una ciudad al norte de Siria que en los dos últimos años ha cobrado un especial  protagonismo.  A veces los conflictos bélicos ponen las ciudades en el mapa. Sin embargo,  apenas cuentan de sus gentes y de las dificultades de un pueblo hasta el estallido del conflicto.  Nací en Alepo, cerca del monte Kurdag, centro espiritual del pueblo kurdo. Soy de una familia kurda.  En mi barrio había árabes, cristianos y kurdos.   En casa hablaba en nuestra lengua materna, el kurdo.  En la escuela  hablaba en árabe, no suponía un problema porque mi padre me había enseñado.  Siempre me ha gustado cantar  y comencé a hacerlo en  mi infancia, pero cuando lo hacía en la escuela  era en árabe o en hindi, nunca en kurdo.  El kurdo estaba prohibido, era un tabú.

A los 12 años empecé a  prestar mayor atención cuando los activistas kurdos venían a casa. Mi familia era nacionalista y mi casa siempre estaba muy concurrida.  Quería  saber más sobre la lengua de la que provenía mi nombre,  Azadî,  libertad en kurdo. Mi interés por mis cultura me llevo a aprender a escribir en kurdo, me gustaban las letras, su  forma es como la latina.  Luego empecé a cantar y a leer relatos y literatura kurda.  Cuando entré  a estudiar Económicas en  la Universidad de Alepo  me metí a cantar con un grupo universitario. Cantábamos  en las fiestas, casi siempre íbamos fuera de Alepo, al campo. Muchas veces nos descubrían y nos quitaban el equipo de sonido.  A veces repartía panfletos y folletos para informar de la realidad kurda tanto en Siria como en otros países.  No había información y era importante difundir la realidad de la cultura kurda.  Siempre  tenía  miedo de que me pillaran. Sabía que mucha gente había ido  a la cárcel y ya no había vuelto.  Pero ese miedo no suponía un freno.  Sentía una ansiedad muy fuerte por descubrir  mis raíces, por entender  mi  cultura, ¡tan rica! Esa prohibición provocaba en mí una reacción: Tú quieres estrangularme, pero yo quiero respirar.

 El 21 de marzo se celebra la fiesta nacional kurda, el Newroz,  significa el nuevo día. Nuestra fiesta se viene celebrando desde el año 612 a. c. En la mitología kurda el  herrero Kawa acabó con la vida del opresor Dehaq.  Cuando Kawa estaba en el palacio encendió una hoguera como señal  para que fueran los guerrilleros de la montaña. Desde entonces  la hoguera se convirtió en el símbolo del fin de la tiranía. Se inició la era de la libertad.

 En la víspera de la celebración del Newroz de 1999, cuando yo tenía una tienda donde vendía música árabe y kurda. La policía vino a por varios compañeros y a por mí. Sabía que  si entraban a la tienda y encontraban  un casete de música kurda que hablara de libertad me podían detener. Por eso la música kurda que tenía a la vista era siempre música de bodas, pues no tocaba ciertos temas. La otra, la que hablaba de temas prohibidos, estaba escondida en casetes de música nacional. Pero no vinieron a detenerme por eso. Unos chavales del barrio habían incendiado unos neumáticos cuando la tienda de música estaba cerrada porque no era horario laboral. Cuando volvimos a la tienda la policía nos dijo que fuéramos con ellos. Pensé que era un error. Al llegar al   calabozo nos hicieron un interrogatorio sin abogado y siempre estando presentes dos hombres enormes e imponentes. Estuvimos tres días ahí y como Siria estaba en estado de sitio, con toques de queda permanentes desde hace cincuenta años, cuando te detenían no avisaban a tus familiares.  No había forma de que lo supieran salvo que algún vecino te hubiera visto cuando la policía te detenía y corriera la voz.

Según ellos, era sospechoso de haber cometido el delito de prender fuego.  Nos hicieron firmar unos papeles y entramos en una celda. Al tercer día de estar allí nos trasladaron a la Cárcel Central de Alepo.  No me lo podía creer. ¡Hasta pagamos la gasolina del coche que nos traslado del calabozo a la cárcel! Allí estuvimos setenta y cinco días, setenta y cinco días de incertidumbre. No sabíamos cuando iban a celebrar un juicio. Mientras que a los chavales que habían prendido el fuego y habían venido con nosotros a la cárcel,  ya les habían soltado.

Era una orden sin condena. Estábamos ahí, pero no sabíamos hasta cuándo. Era un estado de  incertidumbre permanente. Tenía el miedo de que me pasara como a algunas personas, que llevaban años porque los papeles habían desaparecido. Sentía angustia y   una preocupación difícil de describir. El primer mes nadie podía visitarme. Para que mi hermano me viera no bastaba con la tarjeta de visita, además, tanto él como yo teníamos que pagar. Desde la ventana veía la carretera que te llevaba a Alepo. Esa era mi espera, tomar la carretera en esa dirección. Tras más de dos meses sin ninguna noticia, nos dijeron que ya habían decidido la fecha del juicio. Cuando por fin llegamos allí el juez militar se sorprendió al ver nuestro caso y recuerdo bien lo que dijo “¿por eso os han encarcelado setenta y cinco días?” Nos llevaron a un juicio militar, pero la reacción del juez solo se explica si se conoce que la mayoría de la gente no sabe nada porque no hay información.

 A raíz de esa detención tenían mi nombre y todos mis datos. Sus llamadas se convirtieron en parte de mi rutina, lo hacían por cualquier cosa. Pensé que esto no podría ser así siempre, no lo podía consentir, tenía que terminar la carrera y salir de aquí. Mientras seguí cantando, pero para disimular solo lo hacía en bodas y fiestas.

  En el 2002 mi hermano trabajaba como ingeniero civil en un sector relacionado con una sección militar. Hacían investigaciones sobre cada trabajador, así que como era su hermano me llamaron. Fui al Servicio de Seguridad Militar y un general me dijo: “te debían de haber encarcelado setenta y cinco años en lugar de setenta y cinco días”. Me insulto y me acuso de ser un líder de un partido político. Le dije que no tenía nada que ver. Después de unas horas tuve que firmar unos papeles y comprometerme a que no iba a participar en nada, ni si quiera en actividades culturales. Para ellos todo es igual de peligroso. Este hecho supuso un problema bien grave, la presión sobre mi estaba involucrando a mi familia. Mi hermano llegó a decirme que yo iba a destruir su vida, su hogar. En el 2003 me volvieron a buscar y me indicaron que el jefe quería verme para tomar un café, no puedes rechazar. Lógicamente no íbamos a tomar café, pero esta vez  fue en un tono más amable.  Era para el Servicio de Seguridad Política. Quería que le informara sobre la actividad de otros kurdos. Habían preparado el terreno de chantaje previamente.  Antes de esta propuesta otro cargo había hablado conmigo ofreciéndome  trabajo,  la realización  del servicio militar como funcionario y la  superación  las asignaturas de la carrera sin problema. Sabía que me iban a pedir algo. Le dije al general  que ya estaba harto de esta vida, quería ir al campo con mi padre a trabajar. Le expliqué que allí teníamos ganado y  era una tierra de olivos que me gustaba mucho.

Los servicios de inteligencia tanto político como militar no cesaban de llamarme para saber de mis actividades. Llegó el momento de que hiciera el servicio militar y no quería coger las armas. En el 2005 decidí viajar a España. Me gustaba la literatura iberoamericana y tenía un familiar en España. Sin embargo, ante sus ojos salí de Siria para estudiar un doctorado en Económicas. Al llegar todo el mundo me decía que me fuera a donde están  la mayoría de los kurdos en Europa. En  los países nórdicos y en Alemania hay comunidades de kurdos muy grandes. Pero a mí me ha gustado España desde antes de conocerla. Su gente es más cálida que en el resto de Europa. Tengo muchos amigos de aquí y hacerlos me ha resultado muy fácil.  La Mancha me recuerda a mi tierra, Los Montes de Toledo a las montañas kurdas. No siento nostalgia porque es como estar en mi propia geografía. La primera vez que pensé en pedir asilo desde España, no lo hice porque me informaron mal y creí que no podía. Pero en el 2008 un compañero del grupo local de Amnistía Internacional en el que soy activista, me dijo que si podía.  Lo solicité en el 2009 y como mi actividad como activista, difusor y defensor de los derechos humanos, y en especial del pueblo kurdo,  no se había ceñido solo a mi  vida en Siria sino que la había continuado en España, me lo concedieron en seguida. Antes de solicitarlo tenía miedo de que me deportaran,  porque yo estoy en paz mientras estoy aquí.

Cuando llegué a España me di cuenta de que tenía que dar a conocer la cultura kurda y todas las represiones que sufría mi pueblo.  Comencé a dar charlas con el grupo local de  Amnistía Internacional, empecé a conceder entrevistas a diferentes medios, como Radio Nacional de España,  y a escribir  en un periódico kurdo que se difunde en Alemania.   También creé un blog sobre el pueblo kurdo, done escribí parte de mi historia. Todo esto me sirvió como prueba para llegar a ser un refugiado, pero además contaba con una copia de la tarjeta de la cárcel en la que figuraba “el delito: prender fuego”.  Se puede considerar que cualquiera que vive en Siria sufre o ha sufrido, pero cuando tiene  una historia como la del pueblo kurdo, el sufrimiento es más hondo, pues comienza desde antes, desde que las fronteras le separaron, desde que se prohibió hablar su  lengua por las calles y difundir su cultura a través de la música fue considerado delito.

Sentí mucha alegría cundo me concedieron el asilo político. Ya podía viajar a Alemania, donde estaba mi pareja. Aún  me cuesta, de vez en cuando tengo pesadillas, me imagino   que me van a detener, que vienen un montón de policías a casa.  Yo no fui torturado y a pesar de ello tengo secuelas psicológicas, imaginar las que tendrán los que lo han sido Desde la detención, cuando estaba en Siria, siempre tenía la sensación de que las tripas se  me habían encogido. El miedo se convierte en una semilla que aún estando lejos te persigue. Eso ha cambiado. Ahora quieren que cante en mi lengua. Hay un refrán kurdo que dice “el león es león sea hembra o macho”, es decir,  no hay diferencia entre la fuerza o la valentía. Ahora tengo libertad y dos tierras, ambas con olivos.

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