Refugiados en Marruecos
Miles de personas migrantes y refugiadas se encuentran atrapadas en Marruecos, un país en el que no se respetan sus derechos humanos ni se les garantiza una adecuada protección.

Testimonios

Majid Almasri
21 años - Syria
“Aún no sé cómo logré subir la pared de tierra de 7 metros que me separaba de Marruecos. Nos metieron en un coche lleno de garrafas de gasolina y nos llevaron hasta Oudja”
Mi familia ya había pedido asilo en España y me estaban esperando, yo fui el último en conseguir llegar. Cuando puse mis pies en Argelia me recorrió una sensación muy extraña, hacía más de un año que no veía a mis padres, pero ya estaba más cerca de ellos.
A los tres días contacté con un traficante de personas para cruzar la frontera con Marruecos a cambio de 500 euros. Cruzamos de noche, al llegar a Marruecos el traficante desapareció y la policía marroquí nos detuvo a un chico palestino y a mí. Nos metieron en una habitación desde las 3h00am hasta las 20h00pm del día siguiente, despiertos y sin comer. Les dijimos que éramos refugiados y necesitábamos Protección, después de hacernos cientos de preguntas nos aseguraron que estábamos a salvo y que nos llevarían hasta la ciudad más cercana. Pero no fue así. Nos metieron en un coche y nos llevaron otra vez a la frontera con Argelia. Nos empujaron y nos gritaron que si dejábamos de caminar nos dispararían. Se hizo de noche y no conocíamos el camino. Tuvimos que cruzar un río, y una vez empapados seguimos caminando durante más de cuatro horas hasta que encontramos un pueblo. En la oscuridad podíamos escuchar a lo lejos otros traficantes guiando a grupos de personas, estábamos aterrados.
Cuando la policía argelina nos encontró, nos apuntaron con sus armas y nos gritaron que nos identificásemos. Dijimos que éramos sirios y su actitud cambió con nosotros. Nos ofrecieron agua y cigarrillos y fueron amables. Luego, uno de ellos que parecía al cargo, me preguntó si llevaba dinero conmigo, me cacheó y encontró 3000 euros y mi teléfono móvil. Al día siguiente nos llevaron ante un juez que nos dejó en libertad. Nunca volví a ver mi dinero.
Durante dos meses y medio viví en Argelia en condiciones pésimas. Junto a otros sirios alquilamos una casa. Dormíamos en el suelo rodeados de cucarachas y ratas. El baño era un agujero en el suelo en un patio, no teníamos ni siquiera una ducha. Necesitaba 500 euros como fuera para intentar probar suerte de nuevo en la frontera.
La segunda vez caminé durante más de tres horas en medio de la noche. Llegamos a un barranco de unos 7 metros de profundidad. Uno de los traficantes me advirtió que la policía estaba detrás de nosotros y nos iba a atrapar. Al saltar el barranco me hice daño en una pierna, pero mi adrenalina era tan alta y mi corazón latía tan deprisa que en aquel momento no sentí nada. Aún no sé cómo logré subir la pared de tierra de 7 metros que me separaba de Marruecos. Nos metieron en un coche lleno de garrafas de gasolina de los traficantes, que estaba esperándonos, y nos llevaron hasta Oudja. Allí cogimos un taxi hasta Nador. El taxista nos dijo que nos llevaría a un hotel donde los sirios se quedan a dormir. Cuando llegamos al hotel mi pierna me estaba matando.
Estuve en Nador durante casi una semana, pagué a unos traficantes de personas 300 euros más para que me ayudaran a atravesar la frontera entre Marruecos y España. Las dos primeras veces que lo intenté la policía marroquí me descubrió y me impidió el paso. La tercera vez el traficante vino conmigo, me indicó al lado de qué policía debía pasar y cuando estábamos en tierra de nadie el traficante me dijo “no mires atrás, camina normalmente y en cuanto llegues al lado español enséñale tu pasaporte al policía español”. Así lo hice.

Taha
24 años - Palestina
“Tras pasar la noche en Nador, intentamos pasar la frontera a Melilla. Mis compañeros lo consiguieron, pero a mí me pararon”.
Mis padres eran refugiados palestinos en Siria. Yo crecí en el campamento de refugiados palestinos en Yarmouk (Damasco). Cuando el campamento se convirtió en un infierno, viajé a Argelia para poder seguir estudiando, pero una vez acabados mis estudios no tenía posibilidad de renovar mi tarjeta de residencia.
Sin documentación y con las manos vacías decidí marchar rumbo a Marruecos: contacté con un traficante y a los tres días quedamos en Magnia (Argelia), íbamos un grupo jóvenes, cada uno le pagó 300 dólares y éste nos llevó a la frontera; le hizo una señal al policía de turno quien levantó la alambrada y nos hizo pasar corriendo: habíamos entrado en Marruecos a plena luz del día.
Al otro lado nos esperaba un coche que nos llevaría a Oujda y de ahí otro coche diferente nos llevaría con destino a Nador. Tras pasar una primera noche en Nador intentamos pasar la frontera a Melilla, mis compañeros lo consiguieron pero a mí me pararon. Durante una semana estuve intentando cruzar la frontera disfrazado de ciclista, de porteador, camuflado entre la gente… cada día aparecía con diferentes atuendos para no destacar pero siempre me paraban a mí, sólo a mí. En una ocasión me esposaron y me llevaron a una habitación en la que me retuvieron durante cuatro horas haciéndome preguntas: ¿quién eres? ¿qué pretendes? ¿a dónde quieres ir? ¿por qué? ¿por qué? y ¿por qué? Recuerdo el trato nefasto y la angustia por saber si lograría salir de ahí.
Tras pasar casi un mes en Nador no perdí las esperanzas, pues aun me quedaba una última opción: nadar.
Estaba solo, era la 01:30 de madrugada, no llevaba nada encima, únicamente mi pasaporte, envuelto cuidadosamente en un plástico liado a mi cuerpo. Hacía mucho viento y el mar estaba agitado, lo último que pensé antes de saltar al agua era que no quería morir.
Nadé durante cuatro interminables horas luchando contra las olas, estaba solo rodeado de agua y a lo lejos veía la luz que me indicaba la meta: Melilla, España.
Aun era de noche cuando llegué, sentía que perdía el conocimiento por momentos, de repente choqué contra las rocas, estaban llenas de erizos de mar y me dejaron sus pinchos clavados por las piernas, desperté y con las pocas fuerzas que me quedaban logré llegar a la superficie, donde afortunadamente me auxilió un grupo de personas.
Desde aquella fatídica noche ha pasado mucho tiempo pero lo recuerdo como si fuese ayer. A día de hoy vivo en España porque en Marruecos no encontré la protección que buscaba y aún espero poder reencontrarme con mi familia, que a malas sobrevive en Yarmouk. Ellos son refugiados palestinos. Ellos no tienen un pasaporte con el que poder viajar. Ellos son refugiados en un país de acogida destrozado por la guerra.

Fátima
35 años - Siria
“Conseguimos un visado a Mauritania, con la intención de atravesar Mali y cruzar Argelia. Después estuvimos en un hotel en Nador durante tres semanas”.
La situación en Líbano era desesperada. Sin documentación, sin posibilidad de acceso a la asistencia médica, viviendo en condiciones paupérrimas y sin poder escolarizar a mis hijos. Por el bien de mi familia mi marido y yo decidimos intentar llegar hasta Europa y solicitar asilo.
Otros refugiados sirios amigos míos me habían explicado que en el Norte de África había una ciudad llamada Melilla que pertenecía a España, es decir a la Unión Europea, y donde se podía solicitar Protección Internacional. Solicitamos un visado a Argelia, y aunque pudimos demostrar que teníamos dinero como garantía, nos la denegaron dos veces.
Entonces decidimos coger a los niños y llevarlos hasta Sudán, pagando una gran suma de dinero, con la intención de cruzar a Egipto de forma ilegal. Pensamos que en Egipto seríamos capaces de comenzar una nueva vida, y olvidarnos de la idea de Europa. Nos registramos en Naciones Unidas y esperamos y esperamos y esperamos. La realidad era muy parecida a la del Líbano. Mi esposo y yo sólo pensábamos en cómo íbamos a dar cobijo y alimentos a nuestros hijos, en cómo íbamos a poder darles una educación cuando se agotaran los ahorros de toda nuestra vida, el dinero que habíamos conseguido después de venderlo todo. Y el dinero se acababa. Teníamos que arriesgarnos, teníamos que llegar a Melilla. Si no queríamos ver como nuestros hijos se ahogaban en el mar, teníamos que llegar a Melilla.
Conseguimos un visado a Mauritania, con la intención de atravesar Mali y cruzar a Argelia. Tras contactar con los traficantes de personas, pagamos 1500 euros por adulto y 1700 euros por cada uno de mis hijos. La ruta era extremadamente peligrosa. Sabíamos que en cualquier momento podían pararnos las milicias y a punta de escopeta robarnos nuestras pertenencias. Se escuchaban historias de chicos africanos que negaron llevar dinero con ellos y fueron fusilados y abandonados en una cuneta en medio del desierto. En los camiones y autobuses viajamos con chicos subsaharianos muy jóvenes. Sólo llevábamos agua y galletas para el viaje. Yo rezaba todo el tiempo porque no sucediera nada, porque no me violaran, porque no hicieran daño a mis hijos. Nunca antes en nuestra vida habíamos pasado tanto miedo.
Por fin llegamos a Argelia y lo primero que hicimos fue registrarnos frente a Naciones Unidas. Un traficante de personas nos ofreció guiarnos hasta la frontera con Marruecos por 2000 euros toda la familia y aceptamos. Cruzamos de noche. Llevábamos a los niños en brazos, tuvimos que atravesar un río, caminábamos deprisa sin apenas ver nada. Mi marido estaba extremadamente cansado. Yo no paraba de repetirles a mis niños que por favor no lloraran, que no hicieran ruido.
Estuvimos en un hotel en Nador tres semanas, tratando de negociar con uno y otro traficante. Todos pedían mucho dinero por los niños. Al final una mujer marroquí traficante, que parecía conocer a todo el mundo en la frontera, nos cobró 1000 euros a cada uno para ayudarnos a llegar a la frontera española. Llegamos a España a penas sin nada en los bolsillos. Todo el dinero dilapidado. Pero estábamos a salvo, mi familia estaba a salvo. Esa noche, mi hijo de seis años me dijo que quería ser veterinario cuando fuese mayor, como yo.

Helmi
49 años - Yemen
“Mi intención no era llegar a España, sino cualquier país seguro en el que mi familia pudiera vivir tranquila y sin miedo a morir en un bombardeo. Al no poder solicitar asilo en la embajada en Argelia, tuve que pasar por Marruecos para llegar hasta Melilla. ”
La situación en Yemen era desesperada. Mi familia y yo pertenecemos a una minoría perseguida, y cuando la guerra llegó a la zona de donde procedemos, Taiz, al sur del país, tuve mucho miedo de ver morir a mis hijos. Uno de ellos resultó herido en un bombardeo aéreo, y ése fue el detonante para que finalmente decidiéramos huir, en septiembre de 2015.
Fuimos primero a Saná, la capital, donde parecía que todo estaba un poco más tranquilo, y donde todavía espera mi segunda mujer con 5 de mis hijas. Desde allí partí yo sólo, para abrir camino al resto de mi familia más adelante. Tratando de alcanzar Argelia hice escala en un aeropuerto militar saudí, primero, y en Jordania después, para llegar finalmente a Annaba, en donde vive un hermano de mi mujer.
Me quedé allí con él durante 3 meses, intentando trabajar en algo que me permitiera conseguir dinero para seguir con el viaje, y después llegué a Orán, la capital de Argelia, en donde permanecí 3 meses más esperando reunirme con mi primera mujer y 2 de mis hijos más pequeños, de 2 y 4 años, y mi hijo herido, que lograron alcanzarme en febrero de 2016.
En Orán intentamos solicitar asilo en varias embajadas de diferentes países, pero nadie nos ayudó, así que tuvimos que buscar otras alternativas para lograr establecernos en algún lugar seguro. En la embajada de España en Orán nos dijeron incluso que esa opción no existía. Conocimos allí a un grupo de sirios que nos dijeron que se dirigían a Melilla, y decidimos unirnos a ellos para ver si así podríamos llegar hasta España. Debido al alto coste que nos iba a suponer este viaje (ya que contábamos con tener que pagar a traficantes), tuvimos que dejar a nuestro hijo herido en Argelia con su tío, porque la venta de lo poco que nos quedaba de valor (sobre todo joyas de mi esposa) no iba a ser suficiente.
Lo más complicado fue cruzar la frontera de Argelia con Marruecos, lo que nos costó cerca de 1.000 € en total. Los traficantes nos dejaron solos por la noche y tuvimos que esperar a que se hiciera de día para poder atravesarla, y esa noche pasamos mucho frío y miedo. Cuando ya por fin lo logramos, estuvimos 37 días en Nador, estudiando la manera de pasar la frontera. Fueron los sirios los que nos explicaron todo y nos pusieron en contacto con los “facilitadores”. Les pagamos 600 €, 300 € por mi mujer y otro tanto por mi hijo, y yo pasé con mi hija en brazos sin necesidad de pagar, y ni me pararon. Aun así tuve mucho miedo de que me echaran de vuelta a Marruecos, con lo que nos había costado llegar hasta el allí.
Nosotros en Yemen teníamos un estatus, un buen trabajo. Somos personas universitarias, podríamos integrarnos en cualquier sociedad. Me siento muy afortunado de haber podido llegar hasta aquí, y quiero devolver algo a la sociedad que me acoja. Me gustaría también reagrupar a mi familia, traer a mi otra esposa y mis hijas, y poder vivir todos juntos en un país seguro que no busque conflictos. Quiero que mis hijos tengan la oportunidad de estudiar, y buscar trabajo y hacer cosas de provecho. En definitiva, recuperar nuestra vida.
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Situación en Marruecos
Marruecos aún tiene que recorrer un largo camino para garantizar un sistema de asilo efectivo y el respeto de los Derechos Humanos de las personas migrantes y refugiadas. Este camino pasa por un cambio de enfoque tanto de las políticas marroquíes como de las de políticas de la UE y de sus estados miembros (especialmente de España), que centran sus esfuerzos en convertir a terceros países como Marruecos en gendarmes de sus fronteras, priorizando la seguridad por encima de los derechos y las vidas humanas. Marruecos, España y la Unión Europea deben avanzar hacia políticas migratorias que pongan en el centro a las personas y a los Derechos Humanos. Mientras esto no suceda, las personas migrantes y refugiadas seguirán viendo vulnerados sus derechos, sufriendo situaciones de grave desprotección e indefensión a lo largo de su trayecto migratorio.
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