
¿Cuántos Aylanes va a permitir Europa?
La imagen del pequeño cuerpo de Aylan Kurdi mecido por las olas de una playa turca consiguió lo que no pudieron miles de palabras: abrir los ojos del mundo ante la terrible crisis humanitaria que se vivía en su país de origen, Siria, inmerso en un conflicto enquistado, y el drama de millones de personas forzadas a huir para buscar refugio sin acceso a vías legales y seguras. Lamentablemente, ocho años después, pocas cosas han cambiado.
Su nombre, la ropa que vestía y la imagen de su cuerpo en la orilla son imposibles de olvidar. Sin embargo, ya no se recuerdan las promesas sobre migración y asilo que en aquel momento hicieron quienes tomaban las decisiones en materia de política migratoria.
Desde ese terrible año 2015 en el que inició la mal llamada “crisis de refugiados”, que no ha sido sino una crisis de derechos humanos, las personas afectadas por violencias o persecuciones siguen afrontando enormes dificultades para escapar y ponerse a salvo. El acuerdo de contención migratoria entre la Unión Europea y Turquía sigue poniendo en peligro a las personas que buscan refugio, y especialmente en riesgo de devolución a las sirias, mientras que lamentablemente se ha consolidado como un modelo a seguir. No han dejado de proliferar acuerdos de cooperación y refuerzo de la “seguridad” con países del norte de África como Túnez, donde se ha demostrado que se vulneran los derechos de las personas migrantes y solicitantes de asilo; y las ONG que rescatan a personas en el mar son criminalizadas y perseguidas.
Estas trabas hacen que los trayectos migratorios sean cada vez más peligrosos y letales para personas como las sirias, que llevan años intentando sortear estas barreras para poder vivir lejos de la guerra mediante rutas no seguras, obligadas a ponerse en manos de mafias y redes de trata. En definitiva, Europa sigue enfocada en mantener unas políticas migratorias centradas en el control y externalización de sus fronteras, y no en proteger a las personas y garantizar sus derechos.
1.096 Aylan desde 2015
Desde que Aylan murió en un naufragio en el que también perdieron la vida su hermano y su madre, al menos 21.731 personas han fallecido o desaparecido en el Mediterráneo intentando llegar a Europa, según datos del proyecto Missing Migrants, que documenta los casos de personas fallecidas y desaparecidas en rutas migratorias cada vez más complicadas y mortales.
Entre ellas, al menos 1.096 menores como él, en ocasiones junto a sus familias, a veces sin ningún tipo de compañía, jugándose la vida en precarias embarcaciones y peligrosos trayectos sin ninguna garantía. Según datos de UNICEF, en lo que va de 2023, 11.600 niños y niñas han intentado esta peligrosa travesía y la mayoría iban en solitario. Y según la misma fuente, 11 niños y niñas mueren cada semana al intentar cruzar el Mediterráneo Central.
Indiferencia y pasividad
Son ocho años ya de indiferencia y pasividad en un contexto en el que cada vez es más difícil conseguir una reacción que se materialice en acciones concretas que protejan y defiendan el acceso a derechos de las personas migrantes, solicitantes de asilo y refugiadas, a pesar de que cada vez hay más personas que buscan refugio.
Solo en este año, desde febrero se han sucedido grandes naufragios en el Mediterráneo, incluida una de las mayores tragedias migratorias en este mar, la ocurrida en aguas del Jónico en la que murieron al menos 600 personas, ante la pasividad de las autoridades europeas.
Tampoco el hallazgo del cadáver de una bebé que viajaba en una patera con sus padres en la costa de Tarragona en julio consiguió movilizar una reflexión sobre cómo terminar con estas muertes evitables en el Mediterráneo.
Como sociedad, no podemos permitirnos permanecer indiferentes ante tanto sufrimiento y resignarnos a la normalización de las muertes de personas que podríamos ser nosotros.
Falta de voluntad política
Porque además son muertes que podrían impedirse en gran medida si existiera voluntad política para garantizar vías legales y seguras para conseguir refugio. La experiencia de la acogida de la Unión Europea a las personas forzadas a huir de la invasión rusa de Ucrania demostró que se puede ofrecer protección en tiempo récord, evitando muertes y sufrimiento innecesarios.
Una respuesta que no debería ser una excepción, sino un punto de partida para situaciones similares como la de Siria, país del que intentaba escapar Aylan y su familia, marcado por los crímenes de guerra y contra la humanidad, la violación de los derechos humanos y el asedio contra la población civil que han forzado a más de la mitad de sus habitantes a abandonar sus hogares. Según los últimos datos registrados, en la primera mitad de 2022 más de una de cada cinco personas refugiadas en todo el mundo era de origen sirio.
Por eso CEAR recuerda que hay dos formas de gestionar las políticas migratorias de asilo: una que provoca muertes y sufrimiento, y otra, humana y eficaz, que garantiza la protección. Es el momento de que bajo la Presidencia española del Consejo de la UE se produzca un cambio de rumbo en las políticas migratorias y la Unión Europea abra los ojos por fin ante la urgencia de defender los derechos de las personas que se encuentran en situación de desprotección, sin necesidad de que ningún cuerpo más como el de Aylan les recuerde que se trata de personas lo que hay detrás de frías cifras con las que tratamos de visibilizar la gigantesca fosa común en la que se ha convertido nuestro Mediterráneo.
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