CEAR denuncia la dimensión mundial de la tortura como forma de terror

El 26 de junio se conmemora el Día Internacional en Apoyo de las Víctimas de Tortura. CEAR recuerda que esta violación de derechos humanos sigue siendo una práctica habitual en el mundo y muestra su apoyo y compromiso con todas las víctimas de este delito inhumano.

 

En los escenarios de violencia social y política las personas supervivientes tienen una especial utilidad para los torturadores: anular a la víctima con el fin de difundir el terror, disolver comunidades y romper con cualquier creencia colectiva de seguridad y confianza en los otros. En este contexto aparece la tortura, que no es -o, al menos, no exclusivamente- un abuso ejercido durante un interrogatorio con el fin utilitario de obtener información de detenidos, como se ha defendido de forma interesada para legitimar violaciones de derechos humanos en la última década, sino una violación fundamental de derechos de la víctima y un arma de terror masivo que traumatiza comunidades enteras. Esto guarda relación con lo que el psicólogo comunitario Ignacio Martín-Baró describió como «el trauma psicosocial» de aquel Salvador que se desangraba en la década de los 70.

En este marco ampliado, se entiende que del mismo modo que las víctimas mortales son expuestas al público frecuentemente para crear terror y paralizar, los y las supervivientes son torturadas y tratadas de forma cruel, degradante e inhumana con el mismo objetivo. Esto explica muchas realidades: desde feminicidios y violaciones sistemáticas a mujeres, acaso la forma de tortura más extendida en el mundo, hasta el hecho de que tantas minas antipersona tengan la suficiente carga explosiva como para amputar piernas sin llegar a matar. Cuando se pretende despersonalizar y paralizar comunidades mediante el terror, los supervivientes cobran especial valor para los victimarios.

Las lesiones psicológicas y físicas sobre la víctima se convierten en un ineludible mensaje de terror. El objetivo es claro: deshumanizar a la víctima y aterrorizar a su comunidad. De hecho, las consecuencias para la víctima de tortura suelen presentar un cuadro psíquico muy invalidante, con especial prevalencia de trastornos del estado de ánimo y con alto predominio del Trastorno de Estrés Postraumático (TEPT) y depresión. Se trata de un trastorno mental que guardan especial relación con el haber presenciado situaciones de riesgo inminente para la propia vida o la de otros, y que afecta sobremanera a toda creencia de estabilidad y seguridad en el mundo en el que vive. El grado de afectación y los síntomas provocan que la víctima se vea anulada y se aísle socialmente, dificultando la detección del caso y su posterior rehabilitación.

Por estos motivos cobra especial importancia denunciar la tortura como una práctica extendida en el mundo. Casi 70 años después de su prohibición por la Asamblea General de las Naciones Unidas, resulta insoportable que en al menos 122 países se siga practicando, de acuerdo con el Informe 2015/2016 de Amnistía Internacional sobre la situación de los Derechos Humanos en el mundo.

Tortura y refugio

Un importante número de personas refugiadas ha sido víctima de tortura. La tortura y los tratos inhumanos o degradantes son en sí mismos un motivo para obtener la protección subsidiaria, y si han sido practicados por los motivos que recoge la Convención sobre el estatuto de refugiado de 1951 (políticos, étnicos, religiosos, pertenencia a grupo social determinado o distinta nacionalidad) deberían conllevar la concesión del asilo.

Sin embargo, en muchas ocasiones, las víctimas de tortura no son detectadas y sus solicitudes de protección internacional son denegadas, especialmente de las mujeres víctimas de tortura sexual, quizás las víctimas más invisibilizadas. Ello se debe a la falta de mecanismos especializados para la detección y posterior trabajo con estas víctimas, generándose situaciones de continua revictimización.

En nuestro trabajo en CEAR comprobamos que la tortura y los tratos crueles, inhumanos y degradantes son una práctica tristemente habitual y que es necesario hacerla visible de cara a denunciarla y rehabilitar adecuadamente a las víctimas. Los equipos de acogida e inclusión de CEAR, comprometidos para favorecer una inserción social de los refugiados en España a las personas refugiadas, prestan atención psicoterapéutica y acompañamientos médicos a las víctimas de tortura y tratos crueles, degradantes e inhumanos. El objetivo es que tras un tratamiento reparador y rehabilitador de los daños físicos y psicológicos, las víctimas puedan alcanzar un grado aceptable de calidad de vida.

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